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Quizás sea casualidad, pero cada vez con mayor frecuencia soy conocedora de rupturas de parejas que se han producido después de un largo tiempo de insatisfacción o de quejas constantes (y cuando digo largo me refiero incluso a años).

Por supuesto, mi grado de conocimiento sobre la relación varía en cada caso, dependiendo de si se trata de amigos, conocidos, pacientes o de si conozco solo una versión o las dos. No obstante, lo destacable del caso es la existencia de un patrón común que consiste en postergar la decisión de acabar la relación y emprender una nueva vida por separado.

¿Por qué cuesta tanto romper una relación cuando no funciona?

Podríamos enumerar una lista de razones por las que podemos vernos atrapados en una situación así, teniendo en cuenta que cada caso es un mundo, por supuesto. Entre esta lista estaría no querer perjudicar a los hijos, la creencia de que el otro o la relación cambiará, el miedo a salir de nuestra zona de confort y quedarnos solos (mejor lo malo conocido que bueno por conocer), las diferencias personales en cuanto a creencias relacionadas con el amor, la tolerancia en la pareja, la aceptación del otro tal como es, etc…

En este momento quiero hacer referencia a una sabia frase que introduce muy bien lo que deseo transmitiros en este post:

“Señor, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el coraje para cambiar las que sí puedo y la sabiduría para diferenciarlas”

En nuestra relación de pareja, llagado el punto en el que hemos hecho todo lo posible por cambiar lo que podemos cambiar para mejorar la relación y nos encontramos ante la tesitura de aceptar lo que no podemos cambiar, ha llegado el momento de valorar y reflexionar sobre lo que nos queda (para ello cito a Walter Riso, psicólogo clínico e investigador)

  • ¿Es esta propuesta afectiva conveniente para mi bienestar?
  • ¿Me permite este vínculo afectivo mantener mis valores esenciales a salvo, lo cual es indicado para mi felicidad independientemente del amor que tenga a mi pareja?
  • ¿Nos sentimos AMBOS satisfechos, podemos realizar nuestros proyectos de vida tanto de forma individual como conjunta y mantener nuestros derechos salvaguardados?

Si la respuesta es NO, solo nos queda la opción de tener el coraje para cambiar lo que sí podemos cambiar que es la disolución de esa relación que nos hace daño.

Posponer la decisión en la mayoría de los casos sólo incrementará la insatisfacción, la infelicidad, el rencor hacia el otro y el desamor.

En todo este proceso, hay dos momentos en los que la ayuda de un profesional puede ser muy valiosa:

  1. Para ayudarnos a cambiar lo que podemos cambiar, aceptar lo que no podemos cambiar y valorar si el resultado es satisfactorio para ambos. Esto puede hacerse en un proceso de terapia de pareja (con los dos miembros) o de forma individual.
  2. Para ayudarnos a dar los pasos necesarios dirigidos a la disolución de la relación, en el caso en el que la persona tenga claro que se quiere separar pero no pueda enfrentarse a esta realidad o no tenga fuerzas para separarse.

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